lunes, 25 de febrero de 2008

un viernes por la tarde

Escrito por: riprafo
La Guitarra
Iba caminando por la calle, con rumbo a una dirección que ahora no recuerdo. Iba perdido en mis pensamientos, imaginando situaciones inverosímiles, construyendo castillos de arena en las playas que hay en mi cabeza. Cuando de pronto, un sonido conocido enmudeció a mi silencio. Era el sonido de una guitarra, inconfundible sonido de cuerdas que al vibrar le roban al viento música. Me hacían pensar en cómo las manos pueden tener tanto arte guardado, en los movimientos coordinados de esos dedos que hacían melodías y arpegios. Fantasías.
Volví en mí y aun seguía sonando aquella guitarra. Podía escucharla pero estaba lejos de ella para poder distinguir bien la música que estaba tocando ese hombre, o esa mujer. Sentí mucha curiosidad por descubrir el rostro de aquella persona, que sin ella saberlo, me estaba atrapando.
Seguí mi camino andando por una calle muy larga y el sonido se iba haciendo más débil cada vez que creía que estaba más cerca de él. En medio de esa confusión decidí volver sobre mis pasos para poder seguirle la pista a aquel mágico cantar de cuerdas.
Grande fue mi sorpresa cuando llegue al lugar donde había empezado a escuchar la música de esa guitarra. Ahora sonaba una canción que me gustaba mucho y que conocía muy bien.
Me quedé unos cuantos segundos comparando mentalmente aquel sonido con el que tenía grabado en mi cabeza. Al principio no me sonó tan parecido como yo lo conocía. Fueron transcurriendo los segundos sin que yo moviera una sola parte de mi cuerpo, inmóvil cual estatua, perdido en las notas de la música, hasta que una figura que apareció andando hacia mí, me distrajo. Era una mujer, una mujer con una guitarra. Pero ella no la tocaba, no podía ser la creadora del sonido que escuchaba en esos momentos. Llevaba la guitarra guardada en la funda, colgada sobre su hombro derecho. Paso de largo y solo me quedó el silencio. Fue como si ella se hubiera llevado consigo aquel momento. Me sentí confundido, porque ya no podía oír el sonido de la guitarra.
Busqué un lugar donde sentarme a pensar en lo que había ocurrido, no comprendía aquella casualidad. Miré a mí alrededor. Ya la tarde estaba muriendo y las primeras estrellas empezaban a nacer. Busque a la luna pero no la encontraba por ninguna parte. Pasada ya la distracción que había tenido con el entorno, encontré un banco y me senté ahí. Metí las manos en los bolsillos de mi chaqueta y respiré tranquilo.
Estaba a punto de levantarme cuando el sonido de la guitarra volvió a sonar e hizo que me quedara donde estaba. Asustado, retomé mi sitio y escuché atentamente. Volví a hacer la comparación mental de aquella melodía y esta vez era exactamente igual a como yo la conocía. Cada toque, cada rasgueo, cada acorde y cada pausa. No podía creer lo que escuchaba. Era una situación muy extraña que me hacía pensar demasiado. Pensaba en que a lo mejor ese guitarrista estuviera observándome escondido en alguna parte y estuviera jugando conmigo. Pensaba también en la mujer que había visto antes. Estaba a punto de generar un nuevo pensamiento pero el sonido de mi teléfono lo interrumpió.
- ¿Sí?
- Nene, ¿A qué hora vas a venir? Estamos esperándote.
No recordaba a donde tenía que ir. Y el continuó.
- Espero que hayas practicado esa canción que tanto te gusta.
- ¿Es viernes?
- Si. ¿Estás bien?
- Si, si. Estoy bien. Salgo enseguida para allá.
- Pero no te olvides de traer la guitarra.
- No te preocupes. ¿Algo más?
- Si. Que tenemos un nuevo integrante en el grupo.
- ¿Sí? ¿Es músico?
- Si. Vente para acá de una vez. Hasta luego.
- Adiós.
Colgué el teléfono y lo guardé en el bolsillo de mi pantalón. Metí la mano que me quedaba libre en el otro bolsillo para buscar las llaves de mi coche. Las saqué y las coloqué entre mis dedos. Empecé a andar por donde había venido, por aquella calle larga. Al final de ésta había un parking público donde estaba mi coche.
Iba conduciendo, rumbo a la casa de mi amigo, donde solíamos juntarnos los viernes por la noche para hacer un poco de música. Aun llevaba en mi cabeza todo lo ocurrido, quería contárselo a alguien. Quería compartir mi experiencia para sentirme mas tranquilo.
Llegué, entré y saludé a todos los que conocía. Con tanta gente y tantos abrazos y saludos se me olvidaron las ganas de contar lo que me había ocurrido. Me coloqué en mi sitio, en el mismo sitio donde me solía poner todas esas noches. Saque mi guitarra de la funda y me la puse. Me preparaba para tocarla pero no pude hacerlo. Me distrajo la presencia del nuevo integrante. Era una mujer. Una mujer con una guitarra.
Una vez que estuve listo empezamos el ensayo.
Canción tras canción transcurría la noche y yo no podía dejar de mirarla. Había algo en ella que me resultaba familiar, la conocía de alguna parte, pero no podía recordar donde la había visto.
La velada musical continuaba. Batería, bajo, guitarras y voces se fundían en un solo sonido. Había música en el aire.
Cuando terminamos de tocar, todos abandonaron sus puestos excepto la nueva integrante y yo. Algunos salieron de la casa y otros empezaron a conversar. Yo estaba a punto de imitar al resto, pero no pude. Ella le dio un toque a su guitarra con suave rasgueo.
Me quedé sorprendido.
Ella continuó tocando y yo solo podía escucharla. Tocaba aquella melodía que hacía unas horas había escuchado mientras andaba por aquella calle larga.
Al escuchar la música todos volvieron a colocarse en sus respectivos lugares y con sus respectivos instrumentos.
Se me acerco mi amigo y me dijo:
- A ver qué tal te sale esta vez. Espero que hayas practicado esta canción.
No le respondí y empezamos a tocar.
Me sentía como el momento en el que estuve sentado en ese banco.
Recordé a la mujer que había pasado por mi lado y me distrajo de mis pensamientos.
Recordé aquella melodía que sonó en mi cabeza y me di cuenta de que no recordaba haber visto a nadie tocar la guitarra aquella tarde.

Cartagena, 2008.